domingo, 1 de enero de 2012

Drink up, Baby

Sí, la verdad es que no necesito mucho alcohol en la sangre para sentirme mareada, ahogada, perder un poquito el rumbo, el equilibrio, la noción de los hechos y tantas cosas que la gente normal sabe que se puede controlar.
Si bebiera más seguido me costaría recordar, quizás un vasito de cualquier cosa ya no me haría efecto, me reiría sin razones, no tendría tanto frío. Sí, la verdad despertaría una genética felizmente dormida y silenciosa que habita mis células... mi ADN. No me conviene.
Pero supongo que de ser alcohólica el mundo estaría borroso, dormiría más, recordaría casi nada, hablaría todo lo que no debo, me delataría hasta las estupideces más secretas, las ilusiones más ingenuas, mis amores más platónicos y ridículos.
Pero esa no es mi vida, en realidad mis vasitos, casi dedales, de alcohol suave no me evaden, quizás me marean un par de horas pero no me hacen olvidar, de hecho me hacen recordar mis dificultades con la física, que si no me apuro me pasa; mi soledad forzosa y autoimpuesta; el estrés, las eternas ganas de adelantar la película de la eternidad... Me hacen recordar que hay cosas con las que no puedo, porque no soy omnipotente ni en mis decisiones más absurdas. Me recuerdan que la guitarra no me suena bien, que soy desordenada, que dificilmente encuentre lo que busco, que soy bastante ilusa por las noches, que no ordeno mi pieza hace meses, que tengo muchas cosas qué hacer y que por algún componente vectorial o emocional no hago ni haré. Me recuerda que no soy la diosa del tiempo, que por eso vuela, porque como muchas cosas tiene alas y haga lo que haga no se las puedo cortar.
Por eso, si hay alguien del otro lado de mis alucinaciones cuerdas y no tan cuerdas, invítame a beber contigo porque a veces necesito urgente olvidar.

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