domingo, 1 de enero de 2012

Había una vez



















Ayer, buscando un poema que sale en la película "La reina de las nieves" me encontré con ese mundo olvidado, que forma parte de mis primeros recuerdos, los primeros desde que tengo uso de razón. Los recuerdos de cuando tenía 3 años y mi abuelita me leía cuentos, cuentos antiguos que nos dejan una moraleja, que nos dan un poquito de miedo, lo que forma parte de nuestro pasado y, personalmente, de mi infancia.

"La caperucita roja", "El patito feo", "Hansel y Gretel", "Blancanieves", "Pulgarcito", "El flautista de Hamelin", forman parte de mi primer mundo, mi primer universo, sobre todo esos cuentos de los que Disney no hizo una película, porque las imágenes son las que yo diseñé cuando era una niña, y son también las que más valoro.

Pero ayer, viendo las ilustraciones de los cuentos me dieron ganas de meterme en ese mundo donde no son necesarias la responsabilidad ni la prudencia, sólo la sinceridad; me dieron ganas de introducirme en un bosque lleno de animalitos que hablan, brujas antropófagas y príncipes azules.

Me dieron ganas de volver a esos refugios que mi mente diseñó de niña para que de grande me sirvieran de escondite, para escapar de este mundo poco mágico, poco fantástico. Quiero entrar a ese mundo, donde no importa nada, no importa que me coma un lobo, si me secuestra una bruja o si me como una manzana envenada, porque todos los cuentos terminan así: "Vivieron felices para siempre".

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