domingo, 1 de enero de 2012

Síndrome esponja



Han pasado ya unos 3 meses... creo, desde la última vez que tiré unas letras aquí. Lo cierto es que han pasado millones de cosas hasta ahora en que presumo tener un poco de orden en la cabeza... creo que sí, la medeja está enrollada, no sin nudos, tampoco soy mentalmente una maravilla, pero está enrollada y en mí eso es un logro.
Bien, lo primero que pasó luego de mi edición anterior fue dar la dichosa prueba de selección universitaria. Me fue bien, me alcanzó y quedé donde quería. Esa fue mi primera carita feliz del año. Y la primera impresión que tuve de esto fue que en la facultad de medicina me sentía muy a gusto, muy en casa... era todo lo que quería, porque cuando no tengo feeling con un lugar no hay caso que me adapte pero todo indica que eso no será un problema.
Lo que siguió a todo esto fueron mis -merecidas y ansiadas- vacaciones. Valparaíso desde luego, yo no puedo vivir sin mi dosis anual. Y como siempre fue una experiencia de tragar historia, recuerdos, sensaciones; absorbiendo todo lo que es la joya del pacífico. Distintas claro, con la edad uno entiende que hay responsabilidades y la conducta disparatada debe controlarse un poquito.
Una vez de vuelta celebré el cumpleaños de mi papá y descubrí algo nuevo en todo esto y es que no importa lo pequeña que sea mi familia, en ella puedo respirar la paz que no está en todas partes. Por eso, intuyo que fue difícil volver a salir al día siguiente a Pirque, de ejercicios. A veces pareciera que la semana de silencio al año es el tiempo de aclarar la vida, pero estoy más que segura de que para mí no fue así y siento que se fue como un suspiro. Fue la experiencia de tomar conciencia de que no estoy sola, pero tomar conciencia, no imaginármelo, no suponerlo; sino que sentirlo y constatar que permaneciendo en Su amor no hay nada que temer. Bueno, para profundizar en eso tengo otro blog.
Y la carita feliz siguiente fueron las misiones... no sé si una carita precisamente, pero sí un corazón feliz. Estas misiones fueron el momento de tocar el suelo con todo lo que él tiene. Y no es tan terrible, pero sí muy intenso... tal vez no es tan intenso, pero así lo sentí yo que me siento con el síndrome de la esponja que no sé si existirá, pero así me siento, abosrbiendo todo lo que pasa delante de mí, lo que escucho, lo que toco. Al parecer es esto lo que desbarata mi supuesto orden ya que cada vez que creo tenerlo todo en orden pasan delante de mí otras mil realidades que me tocan y que no las puedo evitar... no las quiero evitar. Pese al desastre todo esto me tiene feliz.

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