Todo el mundo conoce este pinchecito. "Hair grips". El punto es que los amo y los detesto constantemente. No sé si en verdad sea amor, pero pucha que me alegro cuando tengo el pelo sobre la cara y justo tengo en el bolsillo de la chaqueta, de los jeans, de la mochila, en el monedero... o en el bolsillo de otra persona, uno solitario, a veces descascarado, o sin las bolitas para no rasguñar la cabeza, listo para mí.
Es una relación de necesidad. Siempre ando detrás de este pinchecito, vienen como 12 en el paquetito pero no duran, cada cierto tiempo hay que comprarlos de nuevo. Son prácticos, discretos y... malditos.
¡Sí! Aunque solucionan mi problema de pelo sobre los ojos, también es cierto que arruinan la caida que con tanto esfuerzo logró el secador de pelo, el acondicionador y el aceite. Además he notado que sin el pinche puedo aparentar 20, e ¡incluso 21 años! Pero con él no muestro más que 16. Es impresionante como me infantilizo con ese pinche. Claro, también es cierto que depende harto de como me lo ponga, si me dejo el pelo igual que como mi mamá me lo dejaba cuando tenía 2 años, dificilmente voy a conservar el glamour de los 22 años. Jajajaja. Quizá sea un poco mi forma de no perder ese rinconcito de niñez que me va quedando, ese poco de ternura inocente que no quiero soltar, porque no lo voy a negar, me veo harto tierna con el pinchecito este. Pero qué le voy a hacer, uno simplemente es lo que es, y a veces irremediablemente lo que quiere ser y no lo que debiera ser.
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